Lucas 15,1-7
Entre tanto, todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírlo. Los fariseos y los maestros de la ley murmuraban:
—Este acoge a los pecadores y come con ellos.
Entonces Jesús les dijo esta parábola:
—¿Quién de vosotros, si tiene cien ovejas y se le pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va a buscar a la descarriada hasta que la encuentra?
Y, cuando da con ella, se la echa a los hombros lleno de alegría, y al llegar a casa reúne a los amigos y vecinos y les dice: «¡Alegraos conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido!».
Pues os aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
- Guía de lectura
Nadie vive olvidado. Nadie está solo. Dios nos acompaña a todo con amor. Pero su mayor alegría consiste en buscar y encontrar a quienes viven «perdidos» y no pueden hallar el camino acertado de la vida. Escuchemos bien a Jesús, cuando no sentimos «perdidos», Dios está más cerca que nunca de nosotros. Cuando nosotros damos a alguien por «perdido», Dios lo está buscando con amor.
Acercamiento al texto evangélico
Los que se acercan a oír a Jesús. ¿Nos parece normal que los pecadores y las gentes indeseables se acerquen a escuchar a Jesús? ¿Por qué lo hacen? ¿Qué escuchan sus labios? ¿Qué captan en él?
Los que murmuran contra él. ¿Por qué lo critican? ¿Qué les puede mostrar de la actuación de Jesús? ¿Qué nos parece su postura?
La parábola. ¿Quién es el protagonista de la parábola? ¿La oveja perdida? ¿El pastor que la busca? ¿Qué título le pondrías al relato?
La pregunta de Jesús. Comienza Jesús su parábola con una pregunta. ¿A quiénes va dirigida? ¿Cómo hubieras contestado tú? ¿Te parece sensato el comportamiento del pastor, tal como presenta Jesús? ¿Por qué actúa así?
La actuación del pastor. Jesús las describe en breves trazos. La podemos comentar entre todos: ¿cómo busca a la oveja perdida? ¿Qué hace al encontrarla? ¿Qué siente? ¿Cómo lo celebra al llegar a casa?
Conclusión de Jesús. ¿Te sorprende la alegría de Dios al recuperar al pecador? ¿Qué sentirían los pecadores que estaban escuchando a Jesús? ¿Qué pueden sentir los fariseos y maestros de la ley? ¿Qué sientes tú ante la parábola de Jesús? ¿En qué te hace pensar?
- Comentario
Dios busca a los perdidos
Jesús no solo habla de un Dios bueno, cercano y acogedor, siempre dispuesto a perdonar y a ofrecer a todos una vida más digna y dichosa, sino que él mismo es una parábola viviente de ese Dios. Movido por su Espíritu, es el primero en acercarse a pecadores y gentes indeseables, interesarse por su vida y sentarse con ellos a la mesa.
Los evangelios hablan de diversos grupos a los que Jesús acogía amistosamente. Están en primer lugar los «pecadores»: son los que no cumplen la ley, rechaza la Alianza y viven lejos de Dios, sin dar señales de arrepentimiento; los dirigentes religiosos los consideran excluidos de la salvación.
Junto a este conjunto de personas se hablan más en concreto de los «publicanos» o recaudadores de impuestos; su trabajo es considerado por todos como una actividad propia de ladrones y gente poco honrada, que viven robando y sin devolver lo robado a sus víctimas; no tienen perdón, son despreciados por todos. Como veremos más tarde, Jesús acoge también a las «prostitutas», un grupo de mujeres de pueblo, vendidas a veces como esclavas por su propia familia, y humilladas por todos. Estas gentes constituyen el desecho de la sociedad, los «perdidos» y «perdidas» de Israel.
Lucas nos dice que «los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para oírle». Seguramente muchos de ellos le escuchaban conmovidos. No era esto lo que oían en los encuentros de las sinagogas ni en las celebraciones del templo. Sin embargo, ellos necesitaban a este Dios, Padre bueno y acogedor. Si Dios no los comprende y perdona, como proclama Jesús, ¿a quién van a acudir?
Sin embargo, a los maestros de la ley y a los sectores fariseos no les agrada el comportamiento de Jesús. Su acogida amistosa a esta gente les parece un escándalo intolerable. Lo que más les irrita es que «acojan a pecadores» y que «coman con ellos». La actuación de Jesús es insólita. Ningún profeta había hecho algo parecido. ¿Cómo puede un hombre de Dios aceptar a los pecadores y pecadores como amigos, sin exigirles previamente algún signo de arrepentimiento?
La actitud de estos maestros de la ley es diametralmente opuesta. Un hombre piadoso no debe mezclarse con pecadores. Hay que aislar a los trasgresores de la ley. Hay que separarlos de la comunidad santa de Israel. No son dignos de convivir con quienes. ¿Por qué Jesús parece despreocuparse de los que cumplen la ley y se dedica tanta un pequeño grupo de perdidos y pedidas?
Jesús les respondió con una parábola sorprendente. Quería grabar bien en el corazón de todos algo que llevaba muy dentro: los «perdidos» le pertenecen a Dios. Él los busca apasionadamente y, cuando los recupera, su alegría es incontenible. Todo tendríamos que alegrarnos con él. También los fariseos y los maestros de la ley.
Jesús comienza esta vez su parábola con una pregunta: imaginen que son un pastor, tienen cien ovejas y se les pierde una, ¿no dejarían las noventa y nueve «en el desierto», para ir a buscarla hasta dar con ella? Los oyentes dudarían bastante antes de responderle. ¿No es una locura arriesgar así la suerte de todo el rebaño? ¿Es que la oveja perdida vale más que las noventa y nueve?
Jesús, sin embargo, les habla de un pastor que actúa precisamente así. Al hacer el recuento acostumbrado del atardecer descubre que le falta una oveja. El hombre no se entretiene en razonamientos y cálculos de sentido práctico. Aunque este pérdida, la oveja le pertenece. Es suya. Por eso no duda en salir a buscarla, aunque tenga que abandonar de momento a las noventa y nueve.
El pastor no para hasta encontrar a su oveja. Su corazón no le deja descansar. Y, cuando da con ella, le sale desde dentro un gesto lleno de ternura y de cuidado amoroso. Con alegría grande pone a la oveja, cansada y tal vez herida, sobre sus hombros, alrededor de su cuello, y se vuelven a su redil. Al llegar convoca a sus amigos pastores y les invita a compartir su dicha: « ¡Alégrense conmigo, porque he encontrado la oveja que se me había perdido! ».
Según Lucas, Jesús concluye su parábola con estas palabras: «Les aseguro que también en el cielo –es decir, en Dios– habrá más alegría por un pecador que se concierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». Dios es así. No solo busca apasionadamente al que está perdido, sino que celebra jubilosamente el encuentro en el misterio de su corazón.
Los fariseos y maestros de la ley deberían entender aquellas comidas alegres y festivas que Jesús celebra con los pecadores. Él ha venido de Dios a «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lucas 19,10). ¿Cómo no entienden que viva acogiendo a pecadores, recaudadores y prostitutas? ¿Cómo no entienden su alegría al poder encontrarse con ellos en torno a una mesa? Todo el pueblo debería sumarse a su alegría, pues nace de la alegría del mismo Dios.
La parábola es breve, pero su mensaje es de gran hondura. ¿De verdad puede este pastor insensato ser metáfora de Dios? Hay algo que todos los que están escuchando a Jesús han de reconocer: los humanos son criaturas de Dios, le pertenecen a él. Y ya se sabe lo que uno hace por no perder algo suyo que aprecia de verdad. Pero, ¿puede Dios sentir los «perdidos» como algo tan suyo y tan querido?
Tal vez algunos de los que oían a Jesús recordaron lo que había dicho el profeta Ezequiel seis siglos antes: en el pueblo de Dios hay ovejas sin pastor; ovejas «débiles» a las que nadie conforta; ovejas «enfermas» a las que nadie se acerca y ovejas «perdidas» a las que nadie busca. Pues bien, así dice el Señor: «Yo mismo buscaré la oveja pérdida, traeré a la descarriada, curaré a la herida, fortaleceré a la enferma…» (Ezequiel 34,16). Ahora pueden ver que Jesús, con su actuación y sus palabras, está encarnando en su vida a ese Dios que busca a los perdidos.
La parábola se convierte así en una llamada a cambiar. Si Dios no rechaza a los «perdidos», sino que los busca apasionadamente, y si Jesús, lleno del Espíritu de Dios, los acoge y come con ellos… ¿no tendremos que cambiar radicalmente algunas de nuestras posturas? ¿Seguiremos discriminando, condenando y despreciado a los que a nosotros nos parecen «perdidos»? ¿A quién queremos seguir? ¿A los fariseos y maestros de la ley o a Jesús, nuestro único Maestro y Señor?
La parábola tal vez sugiere alguien más. La oveja no hace nada para volver al redil. Es el pastor quien la busca incansablemente, la carga sobre sus hombros y la recupera. ¿No está sugiriendo Jesús que el retorno del pecador no se debe a sus esfuerzos por convertirse, sino a la iniciativa de Dios, que irrumpe en su vida con su misericordia insondable? ¿Cómo no nos vamos a alegrar con este Dios de amor infinito y desconcertante? ¿Cómo no vamos a confiar en este Dios cuando nos vemos perdidos y sin fuerzas para transformar nuestra vida? ¿Cómo no vamos a imitar a Jesús, abriendo nuestro corazón y nuestros brazos a quienes nos parecen alejados?
- Conversación personal
¿Me veo identificado con la «oveja perdida»? ¿Hay momentos en que me siento perdido? ¿Qué es lo que más siento? ¿Mi pecado, mi error, mi debilidad, mi inconstancia, mi impotencia…? En adelante, cuando me vea perdido, ¿recordaré que Dios me está buscando?
¿Me gustaría celebrar el reencuentro con Dios de alguna persona cercana y querida? ¿Podría acercarme a alguien con el espíritu de Jesús? ¿Puedo ser un humilde «pastor bueno» para alguien?
Conversación con Jesús. ¿Qué quieres agradecerle? ¿Por qué personas perdidas quieres interceder?
- Compromiso con el proyecto de Jesús
¿Qué actitud se adopta de ordinario entre los cristianos hacia los alejados de la Iglesia, las parejas que viven en situación irregular, homosexuales –hombres o mujeres– y otros colectivos…? ¿Tenemos los sentimientos de Jesús o nos parecemos a los fariseos y maestros de la ley? Señala actitudes positivas o negativas.
¿Conocemos en nuestro entorno a personas «alejadas» de la práctica religiosa y de la moral cristiana que se acercarían a Jesús si alguien les ayudara a conocer su persona y su mensaje?
¿Cómo alimentar dentro de nuestro grupo el recuerdo, la comprensión y el afecto hacia tantas personas a las que solo Dios busca con amor? ¿Podemos irradiar en algún ambiente el rostro de Dios, buscador incansable de las personas perdidas?