Pues yo os digo:
Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra, y al que llama, le abren. ¿Qué padre entre vosotros, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez le va a dar una culebra? ¿O si le pide un huevo le va a dar un escorpión? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?
- GUÍA DE LECTURA
- ACERCAMIENTO AL TEXTO EVANGÉLICO
• La confianza total de Jesús. ¿Qué piensas de la seguridad de Jesús: «el que pide está recibiendo…, el que busca está encontrando…, y al que llama se le abre»? ¿Es ésta tu experiencia? ¿Cómo hemos de entender las palabras de Jesús?
• Las imágenes de Jesús. En nuestro grupo hay padres y madres.¿Qué sentimos al oír a Jesús hablar de forma tan sencilla a sus seguidores? ¿También nosotros pensamos que Dios tiene que ser mejor que todos nosotros? Podemos comentar entre todos qué es para cada uno “confiar “ en Dios
• Pedir el Espíritu Santo. Por lo general, ¿qué «cosas buenas» suele pedir la gente a Dios? ¿En qué momentos? ¿Hemos oído a a alguien pedir a Dios el Espíritu Santo? ¿Cuándo? ¿Para qué?
- COMENTARIO
Mateo y Lucas recogen en sus respectivos evangelios unas palabras que habían quedado muy grabadas en sus seguidores más cercanos. Es fácil que Jesús las haya pronunciado en más de una ocasión en los alrededores del lago o, tal vez, cuando se movían por las aldeas de Galilea pidiendo algo de comer, buscando acogida o llamando a la puerta de los vecinos. Jesús sabía aprovechar cualquier experiencia para despertar la confianza de sus discípulos y discípulas en el Padre bueno del cielo.
Probablemente, no siempre encontraban respuesta, pero Jesús no se desalentaba. Él vive confiando en el Padre. Ésta es su reacción: «Pues yo os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». Así hay que vivir ante el Padre, como pobres que necesitan «pedir» lo que no tienen, como perdidos que necesitan «buscar» el camino que no conocen, como huérfanos sin hogar que llaman a la puerta de Dios.
La confianza de Jesús es absoluta. La quiere contagiar a sus discípulos con fuerza. No sabemos exactamente cómo se expresó, pero los evangelistas han recogido sus palabras de forma lapidaria: «El que pide, está recibiendo. El que busca, está hallando. Y al que llama, se le abre». Ésta es la experiencia que vamos a vivir junto a Jesús. Los giros que usa al hablar, sugieren que está hablando de Dios, aunque evita nombrarlo. Por eso se puede traducir así: «Pedid y Dios se os dará. Buscad y Dios se dejará encontrar. Llamad y Dios se os abrirá».
Curiosamente, en ningún momento se dice qué es lo que hemos de pedir, qué es lo que hemos de buscar ni a qué puerta hemos de llamar. Lo importante para Jesús es la actitud: cómo vivimos ante Dios. Si hacemos nuestro recorrido suplicando, buscando y llamando, conscientes de nuestra insuficiencia, pero poniendo toda nuestra confianza en Dios, nos veremos atraídos hacia la conversión: Dios se nos abrirá.
Aunque las tres invitaciones de Jesús apuntan a la misma actitud de fondo, parecen sugerir matices algo diferentes. «Pedir» es suplicar algo que hemos de recibir de otro como regalo pues no podemos dárnoslo a nosotros mismos; es la actitud ante Dios: «todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os concederá». «Buscar» es rastrear, indagar algo que se nos oculta, pues está encubierto o escondido; es la actitud ante el reino de Dios: «buscad ante todo el reino de Dios y su justicia». «Llamar» es gritar, atraer la atención de alguien que no parece escucharnos; es la actitud de los salmistas cuando sienten a Dios lejano: «A ti grito, Señor, inclina tu oído hacia mí, no te quedes lejos, respóndeme, ven en mi ayuda».
Pero Jesús no sólo desea despertar estas actitudes en sus discípulos. Quiere, sobre todo, avivar su confianza en Dios. No les da explicaciones complicadas. Jesús es «sencillo y de corazón humilde». Les pone tres comparaciones que pueden comprender muy bien los padres y las madres que hay entre sus seguidores. También en este grupo le podemos entender.
«¿Qué padre o qué madre, cuando el hijo le pide una hogaza de pan le da una piedra de forma redondeada, como las que a veces ven por aquellos caminos? ¿O si le pide un pez, le dará una de esas culebras de agua que, en alguna ocasión, aparecen en las redes de pesca? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión apelotonado de los que se ven por la orilla del lago?».
Una madre o un padre no se burla así de su hijo pequeño, no le engaña, no abusa de él, precisamente porque es pequeño y no sabe distinguir todavía lo que es bueno de lo que es malo. Es inconcebible que, cuando su hijo le pide algo bueno para alimentarse, le dé otra cosa parecida que puede hacerle daño. Al contrario, le dará siempre lo mejor que tenga.
Jesús saca rápidamente una conclusión: «Si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¡cuánto más el Padre del cielo, en el que no hay sombra de maldad, dará cosas buenas a sus hijos! ¡Cómo no va a ser Dios mejor que vosotros!
Así recoge Mateo el pensamiento de Jesús. Pero Lucas introduce una novedad muy importante. Según su versión, Jesús dice: «Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan». A Dios le podemos pedir muchas cosas buenas, pero ninguna mejor que el «Espíritu Santo». Con esta palabra los judíos designaban el aliento de Dios que crea y da vida, que cura y purifica, que lo renueva, trasforma y reaviva todo.
Lucas nos indica que éste fue el recuerdo que quedó de Jesús en los que lo conocieron de cerca: «Ungido por Dios con Espíritu Santo y poder, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él (Hechos de los apóstoles 10, 38). Lo más grande que podemos pedir en este grupo es ese «Espíritu Santo» que Jesús recibe de su Padre y le hace vivir «haciendo el bien» y «curando a los oprimidos». Ese Espíritu nos va a ir trasformando y convirtiendo. Dios nos lo va a regalar porque es con nosotros el mejor de los padres y de las madres. Además, el mismo Jesús lo prometió a sus seguidores: «Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos…» (Hechos de los apóstoles 1, 8).
- CONVERSIÓN PERSONAL
- COMPROMISO EN EL PROYECTO DE JESÚS
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- SUGERENCIAS PARA LA ORACIÓN